Por Paco Vargas
Dedicado a los peñistas
La Medalla de Andalucía concedida hace unos años a la Confederación Andaluza de Peñas Flamencas es un reconocimiento que significa un antes y un después en la historia de las Peñas Flamencas de Andalucía y de la Confederación y las Federaciones que las acogen. Nadie, sea del partido que sea, podrá dejar de tener en cuenta las justas reivindicaciones de esta entidades que llevan más de cincuenta años luchando por el flamenco. Hay que felicitarse, pues, por tan alto galardón pero también hay que demostrar, ahora con más razón y empeño, que las Peñas Flamencas están en condiciones de afrontar los nuevos tiempos con sus nuevos retos; o lo que es lo mismo: modernizarse para seguir creciendo y ser cada día mejores. Las muevas ideas y los proyectos imaginativos debieran ser la carta de presentación de las Peñas Flamencas cuando pidan ayuda para nuevos proyectos a la Administración o a cualquier empresa privada.
Este enorme reconocimiento ha venido a aclarar que las Peñas Flamencas no son un refugio de trasnochados, sino una plataforma desde la que luchar por el flamenco cada día. Así que, para aquellos que se vanaglorian de que no van las Peñas Flamencas para evitar el supuesto casposerío que hay en ellas, es el momento de callar y de pedir disculpas. Y cuando vayan a cantar, a dar una conferencia o a presentar algún acto, que publiciten la admiración y les tengan respeto; aunque sólo sea porque se les abre la puerta y cobran de ellas. Es, por tanto, el momento del agradecimiento y el reconocimiento general. Del trabajo bien hecho y del rendibú. De la verdad y la grandeza de las Peñas Flamencas. Mal que les moleste a muchos que, pese a todo, siempre encuentran en estas imprescindibles instituciones el calor que nunca hay en la pomada intelectual y artística. Pero, luego se avergüenzan o hacen chanza de ellas, dejando clara su ingratitud y su falta de resepto.
Las Peñas Flamencas, que fueron en sus inicios una alternativa al "reservao" de las ventas, en un afán loable de despojar al flamenco de toda connotación peyorativa, resultaron después lugar de encuentro con un papel social importante que prestigiaba a quien pertenecía a ellas. Muchas han sido y son verdaderas instituciones del pueblo o ciudad donde se encuentran. Otras suponen el sitio común donde reunirse con los amigos. Pero todas han contribuido y contribuyen a mantener viva la llama del flamenco.
Desde que Manuel Salamanca, aquel platero tan flamenco, fundara, junto a un grupo de amigos, la Peña la Platería (1949), en su taller de la calle San Matías, frontera casi del Realejo, uno de los barrios más flamencos de Granada, ha llovido mucho y por lo tanto ya nada es como era, para bien o para mal. Pero sea como fuere, esa lluvia jonda ha ido regando un campo abonado para que las peñas flamencas fueran naciendo y creciendo hermosas, bajo cuya sombra acogieron a todo aquél que tenía que decir o aportar algo para mejora y engrandecimiento del arte flamenco. Desde entonces las peñas flamencas han crecido vertiginosamente, tanto en cantidad como en calidad. De tal forma, y a pesar de los defectos que se le quieran encontrar, que esta última época del arte flamenco contada a partir del primer Concurso Nacional de Cante Jondo de Córdoba (1956) –así se llamó en su principio-, debiera ser conocida, por encima de otras connotaciones, como la Época de las Peñas Flamencas.
En torno a las Peñas Flamencas es donde nacieron excelentes ideas y propuestas. Recordemos, por ejemplo, que el Primer Congreso Nacional de Organizadores de Concursos y Festivales Flamencos —hoy Congreso de Arte Flamenco— es organizado, en 1969, por la Peña Juan Breva de Málaga; que revistas como “Bandolá”, editada por Peña Juan Breva, “Flamenco”, editada por la Tertulia Flamenca de Ceuta; “Sevilla Flamenca” creada por la Federación Provincial de Peñas Flamencas de Sevilla; “El Olivo Flamenco”, que nació en la Peña Flamenca El Olivo del Cante de Villanueva de la Reina, por citar sólo algunas, nacen de la iniciativa y el esfuerzo de los hombres y las mujeres que entienden las Peñas Flamencas como verdaderos templos, donde el cante, el baile y el toque son vividos como una auténtica religión a cuya ceremonia acuden con fervor los buenos aficionados.
Todo este trabajo quedaba, sin embargo, un tanto desconocido y falto de coordinación, por lo que se hacía necesaria otra organización que, agrupando a todas las peñas flamencas, canalizara los esfuerzos y reivindicara para ellas el papel de principal sostén del arte flamenco. Sólo de esta forma las administraciones públicas podían tener en cuenta a un colectivo numerosísimo que, con su diario quehacer, contribuía al mantenimiento y difusión de una parte esencial de la cultura andaluza.
Así lo entendieron en Sevilla donde, erigiéndose en vanguardia del asociacionismo peñístico, crearon la primera Federación en el año 1977. Después, tras no pocas reuniones y discusiones, se fueron creando el resto de las ocho Federaciones provinciales, cuyos representantes, reunidos en la ciudad de Antequera el día 30 de marzo de 1985, constituyeron la Confederación Andaluza de Peñas Flamencas.
Hoy, el mundo de las peñas, agrupado en torno a la Confederación, goza de una mala salud de hierro. Y del trabajo de sus miembros hablan por sí solos los resultados obtenidos a lo largo de estos años: circuitos, intercambios, encuentros, publicaciones de libros y discos, concursos, participación activa en la organización de congresos y otros eventos flamencos, etc. Amén de servir de nexo entre todas las peñas flamencas y de interlocutor válido ante las administraciones públicas, que no acaban de entender el papel fundamental que las Peñas Flamencas desempeñan en el entramado cultural andaluz.
Desde hace años y desde determinadas instancias se está cuestionando dicho papel, olvidando no sólo el inmenso trabajo realizado sino el que se está realizando en la actualidad. Claro que, este cuestionamiento no viene de aquellos que conocen las Peñas Flamencas desde dentro y saben la labor callada y altruista de sus mujeres y hombres. Viene de aquellos otros, que movidos por intereses espurios, alimentan la opinión trasnochada de que en las peñas flamencas tan sólo podemos encontrar catetos y bebedores crónicos, cavernícolas, gentes alejadas, por tanto, de las nuevas corrientes flamencas. Pero lo cierto es que las Peñas Flamencas han sido y son organismos imprescindibles en el entramado flamenco de antes y de ahora. Su papel en la sociedad que las acoge las hace ser lugares de encuentro y de comunicación, tan importantes hoy en esta sociedad de las prisas y el desprecio de los valores como el de la amistad y la solidaridad. Como no se puede negar tampoco su papel de escuelas de cuyas aulas han salido no pocos artistas que hoy son y están.
Las ciento de Peñas Flamencas que pertenecen a las ocho Federaciones provinciales, agrupadas a su vez en la Confederación Andaluza de Peñas Flamencas, llevan años realizando una labor que ha dado muchos y buenos frutos ¿Quién organiza sino la mayoría de los festivales veraniegos, la práctica totalidad de los concursos, los ciclos culturales-flamencos, los congresos de arte flamenco, los encuentros de peñas flamencas, los talleres de cante, toque o baile...? ¿Quién da trabajo a los artistas cuando llega el duro invierno? ¿De dónde han salido muchas de las producciones discográficas y/o bibliográficas? ¿De dónde salieron las principales revistas especializadas, ya mencionadas, que fueron y que son? Refresquemos la memoria –a veces tan débil entre los flamencos- y comprobaremos que detrás de cada pregunta, directa o indirectamente, hay siempre una Peña Flamenca, una Federación, o la propia Confederación. Es decir, las mujeres y hombres que forman parte de ellas, porque siempre han creído y siguen creyendo que se podía y se puede realizar una labor en pro del arte flamenco imprescindible e impagable, aunque no siempre justamente reconocida cuando no claramente despreciada por parte de las instituciones públicas y privadas.
De las Peñas Flamencas, en colaboración con entidades públicas o privadas, surgieron las Semanas de Estudios Flamencos —de las que es pionera la Peña Juan Breva—, los Ciclos de Conferencias, las Jornadas Flamencas, los Circuitos, etc., en un intento de llevar hasta los socios menos leídos la teoría del arte flamenco. Todas estas actividades, con sus defectos y sus virtudes, han contribuido al enriquecimiento del propio flamenco y a dotar de cierto toque intelectual a los flamencos, algo que nunca está de más.
El Primer Circuito de los Cantes Autóctonos –que no se ha vuelto a repetir, pero que dejó un libro-disco imprescindible como herencia- es, en este sentido, un ejemplo a seguir en tanto en cuanto demostró cómo las peñas bien organizadas son capaces de conjugar la didáctica con la diversión, gastando poco y obteniendo unos resultados que se podrían calificar de buenos.
No debemos pasar por alto el intento por parte de la Administración de llevar el flamenco a la escuela. Pero no podemos olvidar tampoco que esa reivindicación nace en las peñas flamencas, cuyo presidente es algún profesional de la enseñanza, o algunos de sus socios trabajan en ella. La labor de peñas flamencas como la de Pepe Montaraz, en Lebrija, El Cabrerillo, en Linares, la de Estepona, la Unión del Cante, en Mijas, la de Sierra Blanca, en Marbella, la de Ronda, o la Platería, en Granada, por citar sólo algunas, es digna de elogio y merece el agradecimiento de todos. Incluso los Cursos de Iniciación al Flamenco en la Escuela, que organizaban los Centros de Profesores de diferentes comarcas andaluzas, tuvieron en la mayoría de los casos como colaborador principal, que ofrecía sus instalaciones y su infraestructura, a la peña flamenca del lugar donde se realizaban.
No todo está hecho, es obvio. Como también está claro que aquellos temores iniciales de algunos, que vieron en la Confederación un ente burocratizador y dirigista, castrador de ideas y libertades, están disipados. El machadiano verso "Se hace camino al andar" debe ser, más que nunca, el lema de todas las peñas flamencas que, ayer como hoy —adaptadas a los nuevos tiempos—, tienen la imprescindible misión de continuar siendo un baluarte invencible en la defensa y conservación del arte flamenco.
Sin embargo, los tiempos cambian y las Peñas Flamencas no pueden estar de espaldas al tiempo que les toca vivir. Hoy las peñas están viejas: la edad media de sus socios ronda entre los cincuenta y sesenta años y la juventud brilla por su ausencia. Una de dos: o damos entrada a los más jóvenes, haciendo más abiertas, participativas y atractivas nuestras peñas, o éstas corren el serio peligro de morir por envejecimiento de su masa social. Así mismo, se ha de cambiar la tendencia endogámica de las peñas flamencas. Algunas son verdaderos cenáculos donde sólo un escogido grupo tiene acceso. De esta forma viven de espaldas a la sociedad que las acoge y en la cual están inmersas.
Las Peñas Flamencas, hoy más que nunca, tienen que ser centros culturales de la localidad donde se encuentren. Su incardinación en la sociedad de la que forman parte debe ser total. Deberían estar abiertas a otros colectivos sociales y culturales para, de esta manera, no caer en un aislamiento que perpetúe los ancestrales tópicos que en nada las beneficia. Las Peñas Flamencas, con las condiciones precisas, han de ser lugares donde, a falta de otros, se exponga la cultura, toda la cultura, sea ésta o no flamenca. De esta manera, y sólo así, se establecerá una enriquecedora relación entre los flamencos y los que todavía no lo son que nos llevará a dos consecuciones efectivas: acercar al flamenco personas sensibles al hecho artístico que por desconocimiento o reparo nunca estuvieron próximas a él; y dos: cultivar a los flamencos en otras manifestaciones culturales, que siempre viene bien.
En el aspecto económico, un informe, realizado hace años por la Confederación Andaluza de Peñas Flamencas, sobre cuantificación de gastos de funcionamiento de 186 peñas, que entonces estaban asociadas, nos revela que el total estimado de dichos gastos ascendía a casi trescientos millones (de las antiguas pesetas) durante un año. Lo cual nos da una idea del volumen de negocio que generan; aunque hoy, esa cifra, habría que elevarla considerablemente puesto que el número de éstas es notablemente mayor y todo es más caro: los cachés de los artistas, por ejemplo, han sufrido una variación al alza de más del cien por cien en algunos casos.
Por eso se hace necesaria una renovación, también en lo económico, que busque canales propios de financiación, o que la administración de los que ya existen se haga de una manera más racional. Tres posibles vías de financiación aparecen para sufragar estos gastos: la masa social de las propias peñas, las administraciones públicas y las entidades privadas.
Los miembros de una peña no acaban de convencerse de que el flamenco cuesta dinero y que solamente con el esfuerzo económico de todos se puede mantener una institución de este tipo, tanto más si pretenden mantenerla autónoma y libre de cualquier injerencia sea ésta del tipo que sea.
Desde las Peñas Flamencas se quejan continuamente del poco caso que las distintas administraciones públicas hacen al arte flamenco; pero en honor a la verdad esto no es del todo cierto. Es verdad, sin embargo, que al dinero gastado no se le saca la rentabilidad precisa por falta de coordinación y exceso de burocracia, unas veces, o porque no existe un asesoramiento riguroso, otras; aunque si sumáramos las cantidades que aportan Ayuntamientos, Diputaciones, Consejería de Cultura, etc. obtendríamos una cifra que distribuida racionalmente, a través de instituciones esencialmente flamencas como la Confederación Andaluza de Peñas Flamencas y sus ocho Federaciones, se conseguirían unos resultados sensiblemente mejores, tanto en cantidad como en calidad.
En una sociedad de economía libre de mercado, lo privado tiene una importancia capital en todos los órdenes de la vida. El arte flamenco no puede vivir de espaldas a esta realidad y, lo mismo que otras artes, debe buscar apoyos económicos en entidades y empresas privadas que, sensibles a las artes en general, dedican parte de sus presupuestos a la subvención de eventos culturales. En este sentido, existen precedentes, de los que nos debiéramos sentir deudores, como son los de Coca-Cola (Semanas de Estudios Flamencos), Cruz Campo(Compás del Cante), la Caja de Ahorros de Jerez (Edición de colecciones discográficas), la Caja San Fernando –ahora Cajasol- ( Ciclos "Conocer el Flamenco" y “Jueves Flamencos”), la Fundación Banesto (Patrocinio de espectáculos, como "La Fragua del Tío Juane"), Cajasur (Edición de libros y discos y subvención de eventos flamencos), Caja Granada (Subvención de eventos flamencos), Unicaja (Colaboración en actividades flamencas), La Caixa ( Festival Flamenco de Barcelona y “Los jueves de la Caixa” en Málaga), Caja Duero (Ciclos Flamencos), Caja Madrid (que tiene su propio festival), la CAM (Cumbre Flamenca de Murcia), BBK ( Ciclos de conferencias, festivales y producción de discos), etc.. Es este un camino aún por recorrer, que las peñas flamencas apenas si han iniciado.
Hasta aquí el análisis, no exhaustivo aunque sí orientador, del mundo de las Peñas Flamencas en Andalucía que no persigue otro objetivo sino el de conocer mejor un colectivo trabajador, altruista y solidario, sin el cual el arte flamenco no estaría a la altura que se encuentra.