En principio la idea de dedicar un día en el ciclo “Flamenco viene del sur” a los ganadores del Festival de las Minas de La Unión podía parecer interesante, pero, como todo cheque en blanco, es una fórmula de colaboración sumamente arriesgada. El prestigio del Festival de La Unión está actualmente sobrevalorado. Todo depende de la corporación municipal que en cada momento rige ese pequeño pueblo murciano y ahí radica fundamentalmente el peligro. Los políticos, ya se sabe, ni tienen ni les interesa nada la cultura. Desde que se dedicaron a premiar a reputados cocineros —las buenas comilonas sí son lo suyo—, el Festival camina sin rumbo. Como anoche pudimos comprobar fuera de toda duda, los premios no siempre confirman la deseada calidad artística de sus aspirantes. Salvo Alfonso Aroca (Premio “Filón” 2016), tanto Antonia Contreras (Lámpara Minera 2016) como Alba Heredia (Desplante 2015) dejan bastante que desear.
Para terminar de empeorar las cosas, la función rozó las tres horas de duración. Por lo visto, no había nadie que organizase al menos un poco el programa. Simplemente se pusieron los tres, parece ser que por orden alfabético de sus apellidos, y que “sea lo que Dios quiera”. Y, claro, fue lo que Dios quiso. Aroca pretendió interpretar su disco Orilla del mundo (2014) y consumió 52 de los 90 minutos que se preveían para los tres. Antonia Contreras no quiso ser menos y se llevó cincuenta y tantos minutos en una actuación lo menos flamenca que se ha oído últimamente en el Teatro Central. Como ya la cosa pasaba de castaño oscuro, imaginamos que alguien le diría a Alba Heredia que no podía hacer los dos bailes que tenía anunciados. Y ella, ni corta ni perezosa, eliminó precisamente el que justificaba su presencia en el cartel, el taranto. Hizo una soleá que empezó con cierta delicadeza de movimientos hasta que llegó el momento de meter los pies. Aquello no eran pies, eran unos zapatazos estruendosos e insoportables. Luego, ya completamente desmelenada, terminó acompañando sus saltos de auténticos gritos de guerra. Le acompañó un atrás que no es que chillase más de la cuenta. Es que aquello era, como ahora se dice, “lo siguiente”. Ver que los tres salían a despedirse y que todo había terminado fue un agradable alivio.
Nos gusta ilustrar estas reseñas con algunas fotos de los protagonistas. No lo vamos a hacer, porque nos parece incomprensible que se prohíba a la prensa gráfica hacer fotos transcurridos los 10 primeros minutos de cada representación. El único que habría salido favorecido de semejante absurdo habría sido Alfonso Aroca. Ni Contreras ni Heredia habrían podido ver sus rostros en los medios. No encontramos explicación ante semejante insensatez, porque no se nos ocurre a quiénes pueden molestar, como no sea al que dispone estas normas, seguro que una de esas mentes calenturientas que disfrutan prohibiendo lo que sea.
José Luis Navarro