LA LLAMADA
Mi vida de divorciado se convirtió en una noche interminable que me fue destruyendo sin remedio, moral y físicamente. Comencé a perder clientes y con ellos los pingües beneficios que obtenía del despacho. Muchos de los que habían sido mis amigos dejaron de serlo. Y me encontré tan solo y desesperado que intenté poner fin a mi vida tomando diez pastillas de un somnífero, que no me llevaron al “jardín” [1]de puro milagro. Durante la semana que estuve convaleciente en la clínica tuve tiempo de reflexionar y de tomar una determinación. Así no podía seguir.
Dice un refrán verdadero que Dios aprieta, pero no ahoga. Y yo creo en él, como creo en otros, porque yo es que he sido siempre muy refranero. Como mi abuelo Vidal, al que recuerdo repitiendo su refrán preferido: “Suerte que te dé Dios, que el saber de nada vale”. Y el hombre llevaba parte de razón. Y si no, sigan leyendo y verán lo que me aconteció. Lo que les voy a contar a continuación tuvo mucho que ver en el cambio radical que dio mi vida. No se lo pierdan.
Una llamada telefónica, mientras esperaba un imposible cliente, vino a devolverme la esperanza perdida: era un antiguo compañero de estudios y camarada político que me llamaba para ofrecerme la dirección de una emisora de radio que una cadena nacional pensaba instalar en Marbella. Me dijo que se había enterado de lo bien que me iba como abogado, pero que no conocía a nadie con más capacidad que yo y que, además, la dirección de Madrid me permitía seguir con mi despacho.
“No te preocupes, la parte técnica la llevará un jefe de programas. Tú te ocuparás de la parte ejecutiva y comercial. Te espero mañana en Madrid para ultimar los detalles y que conozcas a los que serán tus colaboradores”
Eso fue lo que me ordenó sin miramientos ni esperar mi respuesta. Yo no salía de mi asombro escuchándole, pero mi sorpresa fue aún mayor cuando me dijo el sueldo que ganaría.
Cuando volví de Madrid, hecho todo un director, me sentía muchos más joven, más fresco, con ilusión renovada, con ganas de pegarle un buen mordisco a la vida, que últimamente se había portado de manera chunga conmigo. Me puse a trabajar inmediatamente diez o doce horas diarias preparando la inauguración de la nueva emisora, pero me sentía feliz y contento, superior, como hacía mucho tiempo que no me pasaba. Entre los colaboradores que vinieron conmigo desde Madrid se encontraba Víctor, el jefe de programas, un personaje algo loco y amante de la poesía, muy imaginativo y trabajador incansable, con el cual conecté rápidamente. Tenía tantas ideas que éstas lo desbordaban. Y las defendía con tanta vehemencia que a veces parecía demasiado agresivo, bronco, violento; pero cuando se le conocía -lo cual no era fácil- resultaba ser todo lo contrario. Como, por razones de trabajo, pasábamos muchas horas juntos, fue naciendo entre nosotros una amistad que el tiempo se encargó de alimentar y de matar, como suele ocurrir con casi todas las relaciones. Además, coincidíamos en nuestro amor por la noche. Aunque, era Víctor un noctámbulo romántico. No como yo, mucho más golfo y licencioso.
La noticia de mi nuevo trabajo como director de la nueva emisora corrió como la pólvora. Y mis antiguos amigos volvieron de nuevo a saludarme, permitiendo que, tanto Víctor como yo, entráramos en su hipócrita y hermético, por selectivo, círculo de amistades. Pero yo había aprendido bien la lección y aproveché, siguiendo su juego, todo lo que podía utilizar de ellos para conseguir mis propósitos. De esta manera, entre el trabajo incansable, imaginativo y profesional de Víctor, y las ingentes cantidades de dinero que, en publicidad, yo conseguía sacarles a los ostentosos millonarios a los que llamaba, sin pudor, amigos, conseguimos en pocos meses colocar la emisora a la cabeza del ranking de audiencia de la Costa del Sol.
Si ves que el tiempo te pesa,
dale una tregua al tiempo.
O pasa del tiempo y espera
Me desperté escuchando esta copla por soleá en la voz del cantaor Jaime Heredia “El Parrón”. Yo lo había entrevistado alguna vez en la radio y sabía que le gustaba la noche y un rato de conversación delante de una copa. Era de Granada, bohemio y diferente, flamenco, desesperado dolor de lo inencontrable; con aquella voz seca y profunda, cuasi áspera, que nos duele desde la jonda herida de su primer quejío. Redondo trono de la soleá, que reina esplendente en su garganta de cantaor grande, raro y único.
Juana, como siempre, había puesto un disco de flamenco para escucharlo mientras limpiaba el apartamento.
“Asín trabaja una con máh alegría”, solía decir.
Conocía a Juana desde mi llegada a Marbella. Cuando vivía con Carmen venía a casa dos o tres días a la semana para hacer un poco de todo: limpiaba, hacía la compra, planchaba (nadie, ni siquiera yo, hacía la raya de los pantalones como ella)... En fin, era el ama de la casa pues ni Carmen ni yo podíamos ocuparnos de esas tareas porque el trabajo nos absorbía todo el tiempo. Cuando nos divorciamos tuvo que elegir y se quedó conmigo:
-Su mujer, bueno, la que era su mujer, es, no sé como decirle, “mu’saboría”. Perdone la franqueza, pero es que usted es otra cosa. “Asín” que, aunque se haya “deseparao”, puede contar conmigo igual que siempre -me dijo el día que decidió seguir a mi servicio y no al de Carmen.
Era, Juana, una mujer alegre, bonachona y zalamera, siempre con ganas de reír, menos cuando le daba aquel pronto que tenía. Aún recuerdo la noche que, cenando en casa con unos clientes, se cagó en los muertos de uno porque le gastó una broma de mal gusto. Aunque entrada en carnes, estaba de buen ver: “Yo todavía le hago tilín a mi hombre, hay noches que se pone encendío como una tea”, me decía entre ostensibles gestos que no dejaban lugar a dudas. Iba siempre limpia como los chorros de agua clara y olía muy agradablemente. Siempre se me olvidó preguntarle el nombre del perfume.
-No tenía que haberse “molestao” –me saludó, a modo de buenos días-; aunque la verdad, el pañuelo es muy bonito. Ya le di las gracias por escrito, pero se lo quería decir en persona: gracias, “munchas” gracias. Ese pañuelo lo estreno yo el sábado, que voy con mi marío a cenar y a jugarnos un binguito. Y a lo que “s’empareje” ¡Ea!
Juana me preparó un desayuno a base de huevos fritos con jamón, zumo de naranjas del Valle del Guadalhorce y café, que me devolvió a la vida.
-A ver si limpia el plato, que está “usté” como un espárrago triguero. Claro que con la vida que lleva, siempre “d’aquí p’allá, que’s un sinvivih”, “asín” está -me dijo, regañándome como si de su hijo se tratara.
Luego bajé a comprar el periódico y fui al bar de Quico, un tío canijo y simpático, siempre dispuesto a hacer un favor, que sabía -como todo buen tabernero que se precie- la vida y milagros detodos sus clientes. Sus dos amores conocidos eran su mujer, Cati -excelente cocinera-, y el Real Madrid.
A esa hora solían aparecer por allí “El Padre Alba”, ex seminarista y maestro, que cuando tomaba unas copitas de vino -nunca bebía otra cosa- siempre acababa cantando gregoriano, su escondida pasión; ”El señor Portillo”, jefe de barra de un importante hotel y conocedor documentado y riguroso de todo lo concerniente al deporte rey; ”El Laurino”, llamado así por haber nacido en Alhaurín el Grande, villa de la provincia de Málaga situada en el interior del Valle del Guadalhorce, donde viviera y muriera aquel romántico amante de Andalucía conocido entre los paisanos como D. Gerardo (Gerald Brenan, hispanista y escritor); “La señá Juana”, que vendía cupones y que había dado un premio de varios millones en el barrio; y, en fin, algunos personajes más que ahora no recuerdo sus nombres pero que siempre me parecieron entrañables y buena gente todos ellos.
Pedí una copa de manzanilla y me dispuse a leer la prensa: primero una excelente columna de Francisco Umbral, que venía en la última, luego los titulares y la sección de cartas al director, después el editorial y algún otro artículo de opinión, y, por fin, tras un repaso general, la crítica de flamenco (ese día venía) y el horóscopo que, como cada día, leí con inquietante atención:
“Virgo, un comportamiento educado te ayudará a salir airoso de una importante entrevista en el terreno laboral. Económicamente estás en plena mejoría, pero no te muestres derrochador. En el amor te esperan momentos apasionantes, aunque los excesos perjudicarán tu salud”.
Leer el horóscopo -me produce rubor confesarlo- es otro de mis muchos vicios secretos. Era, es obvio, porque a partir de ahora pasa a ser un poco de todos, un vicio público, que es lo mejor que le puede pasar a cualquier vicio.
Cuando hube acabado, dejé el periódico sobre la mesa, pagué, me despedí de la parroquia y salí con la intención de ir a “Radio Ola”, la emisora que dirigía. Por el camino me encontré con Víctor que iba a solicitar la correspondiente credencial para grabar la actuación de una famosa estrella de la canción que, un año más, amenazaba con su presencia, para solaz de señoras y envidia de caballeros:
“Qué tendrá ese tío maricón que no tenga uno”, solían decir, aprovechando la ausencia de las esposas.
Fuimos juntos a la sede de la organización, donde se nos dijo que sólo podríamos grabar la rueda de prensa anterior al concierto y después se nos daría a cada emisora la grabación de una sola canción para promoción. Tras discutir largamente con los organizadores aceptamos las condiciones, pues la alternativa era clara: “O eso o nada”. Al salir, Víctor se despidió:
-Me voy, tengo prisa, he quedado con Laura para comer. Nos vemos esta tarde.
-De acuerdo, dale un beso. Déjame esos papeles, yo voy hacia la emisora.
Cuando llegué estaban dando las noticias, entré en el despacho, me senté y comencé a ordenar el montón de papeles y notas que había sobre la mesa; la secretaria me puso al corriente de todas las novedades y, tras recoger lo que había para firmar, se despidió hasta la tarde. Yasolo, encendí un cigarrillo y recordé a Laura. Era tal el magnetismo que ejercía sobre mí que, aun estando lejos, inundaba con su presencia los más ocultos rincones de mi memoria. Siempre fue nexo y barrera entre Víctor y yo.
“Esto no puede seguir así” -me dije, como queriendo zanjar el problema.
[1] Así llamaba al cementerio Benito Rodríguez Rey, Beni de Cádiz”, un viejo cantaor ya desaparecido, imitador de Manolo Caracol con el que trabajó junto a Lola Flores, embustero y gracioso, que fue un personaje muy popular y querido en Marbella.