UN RETRATO SOÑADO EN SU JUSTO MARCO
Había que verla ahí en su justo marco, cuando el albailuminaba los silencios de las calles y en el tablao había una cortina de humo que desdibujaba las figuras, engrandeciéndolas. Había que verla en ese encuadre de la madrugada, besada por los cuarzos violetas que nacían de la penumbra.
El cuadro flamenco detrás: cantaores, guitarristas, bailaores y bailaoras rodeándola. Y en el centro, como un ensueño enajenado, la pena desbordada por la pasión, el ritmo y la expresión, encendidos a un tiempo, de Solera de Jerez.
Cuando la noche ya era una realidad oscura y un sentimiento anunciado por el embrujo de las manecillas del reloj en las doce, el cuadro flamenco comenzaba su jondura de pesares y alegrías. El cantaor, de morao y oro, invocaba a los duendes por soleá soltando los ayes y dejando tremendos gritos de dolor para que la bailora los interpretara sola, en medio del proscenio.
La expectación y el silencio preñaban la sala de emoción contenida. Como dos torerillos en el centro del albero, dos bailaores ponían banderillas de arte a la noche de luna y pena en ese redondel que pisa Solera de Jerez.
Mientras se iban fundiendo las coplas, encadenando los quejíos, surge un rosario de siguiriyas, de soleares, de polos, de bulerías, de fandangos.
Canta un gitano de bronce. Canta una voz ronca, afillá, a compás, con oficio. Arden los cabales. Baila Solera. Ya están los taconazos golpeando el alma, como un río de sangre saliendo por las punteras.
El ambiente ya está en el encuadre de la mejor escena flamenca. La niebla se torna luminosidad dirigida. La luz poseída por el tiempo se abre paso entre el humo y se enamora de la bailaora. Este es el marco exacto para Solera de Jerez. Son las horas de la madrugada. Ha comenzado a bailar y se ha desprendido de su timidez escondida.
Pero ese baile, ¿dónde estaban antes esos pies con ese ardor de llama viva? ¿Dónde? ¿En Carmen Amaya? Este es el baile flamenco. Sin tapujos ni engañifas, sin enredadas piruetas. Con toda su sensibilidad detenida, frenética, placenteramente lacerada por el taconeo de dos puñales al alba.
Baila Solera de Jerez, con esa elegante manera de mover las caderas mientras tañe las castañuelas y el humo y los ayes se confunden estremecidos. Todos se han quedado como en un escalofrío gozoso y efímero. El gallo de la madrugada se estará ya desperezando. Pero más allá de nuestras miradas, sigue la fiesta, la exaltación incontenible, total, hiperbólica, del más esencial arte andaluz.
Solera de Jerez. La mujer que soñaba el baile. Memorias recogidas y escritas por Paco Vargas. Ediciones Algorfa. Noviembre de 2013. I.S.B.N.: 978-84-940162-8-8. Páginas: 242.
A la venta en librerías y grandes superficies.
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