LA MIRADA de Paco Vargas
“Péinate tú con mis peines,
que mis peines son de azúcar,
quien con mis peines se peina,
hasta los dedos se chupa.”
Fue la primera mujer que acabó con la hegemonía cantaora de los hombres. Y hasta ahora la única. Fuela voz exacta y la pasión premeditada, el genio desbordado y la genialidad intuitiva. Fue el triunfo de la voz, por encima de otras connotaciones, y la culminación de la estética chaconiana, la perfecta conjunción de corazón y cabeza, pero también la incontenible pasión de su fiereza femenina. Dicen quienes la conocieron que su sola presencia en el escenario era por sí misma un espectáculo difícil de olvidar: su figura lo llenaba todo, lo invadía todo, lo perfumaba todo de arte único y personal, intransferible e imperecedero, embriagador o áspero, pero nunca indiferente.
Pastora María Pavón Cruz -o Pabón, que a la hora de escribir algunos apellidos manda el libre albedrío- fue la más conocida de los tres hermanos, aunque quizá no la mejor: de Arturo dicen que cantó mejor que nadie -su hijo, sin embargo, no opinaba así-, y de Tomás conocemos su discografía -impecable e histórica, pero corta-. De Pastora lo sabemos casi todo -en lo artístico, me refiero-: su discografía prolífica, intensa y equilibrada es el documento irrefutable de su auténtica valía artística. Lo demás, que naciera aquí o allí, que conociera a ésta o aquélla, o que aprendiera de maestros/as por todos conocidos, tiene una importancia menor, según mi criterio, pues toda la historia de la genial cantaora comienza y termina en ella misma.
No debió ser nada fácil para "La Niña de los Peines" hacerse un hueco entre la apabullante figura de D. Antonio Chacón y la singular manera de Manuel Torre, que eran los que mandaban cuando entonces. Pero tuvo el acierto de escoger lo mejor de los dos para vindicar, así, el cante total. Añadiendo, además, formas y sensibilidades propias a su condición de mujer, que fueron el inicio de una corriente, nunca reconocida pero latente siempre, que llega hasta nuestros días de la mano de cantaoras de reconocido prestigio y personalidad dispar.
El cante de mujer, en efecto, comienza en ella aunque no de manera consciente como reivindicación formal de unos valores propios, sino como algo puramente estético en un afán, sin duda, de mostrarse distinta dentro de un mundo absolutamente dominado por los hombres, que debía ser en sus efectos más inmediatos absolutamente agobiador. De ahí, quizá, su fuerte carácter personal dentro y fuera de la escena y su fama de mujer libre y carismática, admirada y denostada a la vez, pero siempre respetada como mujer y como artista.
Por otra parte, esa fuerza vital de la que hacía gala y que la hizo famosa la aprovechó hasta estrujarla buscando nuevas formas cantaoras, algunas de ellas de nuevo cuño como fue el caso del cante por bamberas, y otras transformando lo aprendido hasta elevarlo a la categoría de arte tras pasarlo por el tamiz de su prodigiosa garganta y someterlo a su fina intuición musical. Verbigracia: la petenera -que queda como definitiva-, la taranta -que desmiembra para reconstruirla mucho más hermosa, algún estilo de malagueña, como el de Concha La Peñaranda, en el que demuestra la suave transición del fandango abandolao -el jabegote, en este caso- al cante por malagueñas, y las bulerías con coplas de García Lorca -las llamadas en los créditos de los discos "lorquinas" o "lorquianas"-, en las que enseña a los guitarristas de entonces como se debe tocar por bulerías, además de manejar el compás con una exactitud cuasi matemática y de imprimirles un ritmo excitante con aquella velocidad en la voz, algo impensable en la actualidad.
Además de los dos maestros citados, cabe nombrar a Trinidad Navarro "La Trini", Manuel Escacena, Rafael Antúnez "El Niño Gloria", Joaquín José VargasSoto "El Cojo de Málaga" y a su propio hermano Tomás Pavón, al que admiraba y quería como una madre -con sólo escuchar como lo jalea en los discos es prueba suficiente para saberlo-, y en la que él siempre encontró el calor y el amor de su madre: Tomás siempre fue el "niño" de Pastora. Y como es natural, a las gitanerías de los lugares por donde andaba -como pudieron ser Utrera, Málaga y Jerez-,de las que tuvo que aprender, pues, como ocurre con todos los genios, su capacidad receptiva les hace palparse de lo que para el común de los mortales pasa desapercibido.
Pero todo lo aprendido por Pastora no es sino la base de lo realizado posteriormente por ella: sus casi 180 cantes registrados en discos -la cifra exacta no la sabe nadie porque nadie hay que tenga todos sus discos y ni siquiera sepa dónde están- certifican lo dicho y nos da una idea de la prolificidad creadora de la irrepetible cantaora sevillana. Y en los que tenemos a nuestro alcance, que son muchos, se puede aprender cómo se fue estructurando el cante, pues ella es puente de plata entre dos generaciones de artistas del cante flamenco que han sido los artífices de lo que hoy disfrutamos y mañana será herencia para nuestros hijos.
En Pastora Pavón se dio el triángulo mágico: voz, cabeza y corazón. Instrumento, inteligencia y pasión fueron sus poderes durante más de medio siglo mandando en los escenarios. Cuando se han cumplido cuarenta y nueve años de su muerte, hoy sólo nos quedan sus grabaciones -que son un Bien de Interés Cultural, según la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía- y un busto en la Alameda de Hércules de Sevilla. Para mí, dos tesoros.
“Péinate tú con mis peines,
mis peines son de canela,
la gachí que se peina con mis peines,
canela lleva de veras.”
Nota: El artículo original, ahora actualizado, fue escrito en abril de 2010